Gonzalo Jiménez de Quesada
(Granada,
España, 1509 - Mariquita, Colombia, 1579) Conquistador y cronista español,
descubridor del reino de Nueva Granada (actual Colombia) y fundador de su
capital, Santa Fe de Bogotá. Frente a las colosales figuras de Cristóbal Colón, Hernán Cortés o Francisco Pizarro, el nombre de Gonzalo
Jiménez de Quesada apenas es recordado en la actualidad salvo por los expertos.
La importancia de sus conquistas y el esfuerzo realizado por él fueron parejos,
si no superiores, a los de los protagonistas de la colonización, si bien es
cierto que los logros de Quesada se producen de forma tardía y resultan menos
espectaculares.
No hay certeza de
que fuera en Granada donde nació Gonzalo Jiménez de Quesada, ni de que
transcurriese en el año 1509, aunque los historiadores dan por buenos ambos
datos a falta de otros documentos que los contradigan. De lo que no hay duda es
de su estancia en Italia como soldado hasta 1530, fecha en que regresó a España
y comenzó la carrera jurídica en la ciudad de Granada. Terminados los estudios
con gran brillantez, el título de licenciado y su fama de combatiente veterano
fueron las llaves que le abrieron las puertas de la Real Cancillería de
Granada, donde ocupó un puesto de letrado que acabaría catapultándolo al otro
lado del océano.
Había
muerto el gobernador de Santa Marta, ciudad situada en la costa caribeña de lo
que hoy es Colombia, y como sustituto fue elegido Pedro Fernández de Lugo, a
quien se concedió unas capitulaciones con el título de adelantado y derecho a
llevar hasta aquellos pagos a su personal de confianza. Fernández de Lugo no
dudó en designar a Quesada para el cargo de justicia mayor y teniente general
de la expedición, considerando con acertado juicio que era "hombre
despierto y de agudo ingenio, no menos apto para las armas que para las
letras". La travesía fue emprendida de inmediato y en 1536 Quesada se
encontraba ya en el Nuevo Mundo.
Muchas
habían sido las intentonas que desde la costa, ya fuera partiendo de Santa
Marta o de Cartagena de Indias, se habían realizado buscando las ricas tierras
que seguramente existían en el interior del continente. Todas habían fracasado
debido a las dificultades que suponía adentrarse en las abruptas selvas y
sortear los impetuosos ríos que las surcaban. Ésta fue la misión que, poco
después de su llegada, le encomendó Fernández de Lugo. Jiménez de Quesada
remontó el río Magdalena, exploró los valles de su curso medio y en 1537
alcanzó las llanuras de la meseta de Cundinamarca, situada en el centro de
Colombia. Para ello hubo de afrontar numerosos peligros (plagas tropicales,
legiones de mosquitos y ataques de indígenas provistos de flechas envenenadas)
y superar además una barrera geográfica hasta entonces infranqueable, la
formada por la cadena de los Andes septentrionales.
En el altiplano de
Cundinamarca encontró Quesada la civilización artesana y agrícola de los
chibchas o muiscas, a los que sometió apenas sin derramamiento de sangre,
sirviéndose más de la razón que de la espada. Además, la labor de los españoles
fue facilitada por el hecho de que la cruz era un signo sagrado para los
nativos, que, como en otros sitios, consideraron a los recién llegados hijos
del Sol, dios al que veneraban. El 5 de agosto de 1538, el licenciado Quesada
fundaba la ciudad de Santa Fe de Bogotá, la que había de convertirse en la
capital del reino de Nueva Granada.
La
importancia estratégica y la extensión de los territorios conquistados podían
compararse con las del México ocupado por Hernán Cortés, pero desgraciadamente
la metrópoli estaba ya cansada de gestas y muy necesitada de riquezas, y era
evidente que en la sabana de Cundinamarca no había un Moctezuma ni una
Tenochtitlán repleta de palacios, sino simples agrupaciones de tipo aldeano
cuya única riqueza eran los gigantescos árboles y las feraces tierras. Por ello
la conquista de Quesada ha quedado en la historia en un segundo plano.
A
comienzos de 1539 llegaron a Bogotá dos nuevas expediciones: la de Sebastián de
Belalcázar, procedente de Perú, y la del alemán Nicolás Federmann, que había
partido de Venezuela. Los tres capitanes estuvieron a punto de entablar una
guerra, pero al fin determinaron regresar juntos a España para que el monarca
decidiese a quién correspondía la gobernación de Nueva Granada. A pesar de que
todo el mérito correspondía a Quesada y de que él era el único que había
actuado legítimamente por orden de un superior (tanto Belalcázar como Federmann
lo habían hecho por cuenta propia), el Consejo de Indias resolvió no otorgar a
ninguno de los tres el ansiado título de gobernador.
Hasta mayo de 1547,
ocho años después de su regreso, no se recompensó a Quesada con el nombramiento
honorífico de Mariscal del reino de Nueva Granada, aunque jamás conseguiría un
mando con jurisdicción sobre las tierras que había conquistado. Jiménez de
Quesada regresó nuevamente a Santa Fe de Bogotá en 1550 y emprendió una
expedición por la región de los Llanos orientales en busca de los tesoros de El
Dorado que sería un fracaso: las riberas del impetuoso Orinoco fueron
superiores a sus ya menguadas fuerzas. Viejo, enfermo y arruinado, se retiró en
Suesca.
Los
últimos años de su vida los dedicó a escribir una serie de obras de las cuales
se ha perdido la mayor parte. No se conserva ni su Relación de la conquista del Nuevo
Reino de Granada, ni el libro titulado Ratos
de Suesca ni el llamado Compendio historial de las
conquistas del Nuevo Reino, donde al parecer abordaba una historia completa
de los primeros años de colonización. Sí que ha llegado hasta nosotros suAntijovio,
texto en el que narra los acontecimientos principales ocurridos en Europa en la
primera mitad del siglo que le tocó vivir. La obra trata de demostrar la
falsedad de las aseveraciones y relatos antiespañoles del cronista italiano
Paolo Giovio, historiador de fortuna que gozó de cierto improcedente
predicamento en la época.
La
última hazaña de Gonzalo Jiménez de Quesada fue resistir durante cuatro largos
años a un enemigo invencible: la lepra. Fue esta terrible enfermedad la que
acabó con su vida en 1579, días después de que dictase testamento y pusiera en
orden los numerosos papeles que habían brotado de su pluma. Sus hombres le
rindieron honores de adelantado, pues consideraban que él, y sólo él, había
descubierto y conquistado las tierras de Nueva Granada.
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