FARÁNDULAS

miércoles, 22 de mayo de 2013

Gonzalo Jiménez de Quesada


Gonzalo Jiménez de Quesada
(Granada, España, 1509 - Mariquita, Colombia, 1579) Conquistador y cronista español, descubridor del reino de Nueva Granada (actual Colombia) y fundador de su capital, Santa Fe de Bogotá. Frente a las colosales figuras de Descripción: http://www.biografiasyvidas.com/images/mono.gifCristóbal Colón, Hernán Cortés o Francisco Pizarro, el nombre de Gonzalo Jiménez de Quesada apenas es recordado en la actualidad salvo por los expertos. La importancia de sus conquistas y el esfuerzo realizado por él fueron parejos, si no superiores, a los de los protagonistas de la colonización, si bien es cierto que los logros de Quesada se producen de forma tardía y resultan menos espectaculares.
No hay certeza de que fuera en Granada donde nació Gonzalo Jiménez de Quesada, ni de que transcurriese en el año 1509, aunque los historiadores dan por buenos ambos datos a falta de otros documentos que los contradigan. De lo que no hay duda es de su estancia en Italia como soldado hasta 1530, fecha en que regresó a España y comenzó la carrera jurídica en la ciudad de Granada. Terminados los estudios con gran brillantez, el título de licenciado y su fama de combatiente veterano fueron las llaves que le abrieron las puertas de la Real Cancillería de Granada, donde ocupó un puesto de letrado que acabaría catapultándolo al otro lado del océano.
Había muerto el gobernador de Santa Marta, ciudad situada en la costa caribeña de lo que hoy es Colombia, y como sustituto fue elegido Pedro Fernández de Lugo, a quien se concedió unas capitulaciones con el título de adelantado y derecho a llevar hasta aquellos pagos a su personal de confianza. Fernández de Lugo no dudó en designar a Quesada para el cargo de justicia mayor y teniente general de la expedición, considerando con acertado juicio que era "hombre despierto y de agudo ingenio, no menos apto para las armas que para las letras". La travesía fue emprendida de inmediato y en 1536 Quesada se encontraba ya en el Nuevo Mundo.
Muchas habían sido las intentonas que desde la costa, ya fuera partiendo de Santa Marta o de Cartagena de Indias, se habían realizado buscando las ricas tierras que seguramente existían en el interior del continente. Todas habían fracasado debido a las dificultades que suponía adentrarse en las abruptas selvas y sortear los impetuosos ríos que las surcaban. Ésta fue la misión que, poco después de su llegada, le encomendó Fernández de Lugo. Jiménez de Quesada remontó el río Magdalena, exploró los valles de su curso medio y en 1537 alcanzó las llanuras de la meseta de Cundinamarca, situada en el centro de Colombia. Para ello hubo de afrontar numerosos peligros (plagas tropicales, legiones de mosquitos y ataques de indígenas provistos de flechas envenenadas) y superar además una barrera geográfica hasta entonces infranqueable, la formada por la cadena de los Andes septentrionales.
En el altiplano de Cundinamarca encontró Quesada la civilización artesana y agrícola de los chibchas o muiscas, a los que sometió apenas sin derramamiento de sangre, sirviéndose más de la razón que de la espada. Además, la labor de los españoles fue facilitada por el hecho de que la cruz era un signo sagrado para los nativos, que, como en otros sitios, consideraron a los recién llegados hijos del Sol, dios al que veneraban. El 5 de agosto de 1538, el licenciado Quesada fundaba la ciudad de Santa Fe de Bogotá, la que había de convertirse en la capital del reino de Nueva Granada.
La importancia estratégica y la extensión de los territorios conquistados podían compararse con las del México ocupado por Hernán Cortés, pero desgraciadamente la metrópoli estaba ya cansada de gestas y muy necesitada de riquezas, y era evidente que en la sabana de Cundinamarca no había un Moctezuma ni una Tenochtitlán repleta de palacios, sino simples agrupaciones de tipo aldeano cuya única riqueza eran los gigantescos árboles y las feraces tierras. Por ello la conquista de Quesada ha quedado en la historia en un segundo plano.
A comienzos de 1539 llegaron a Bogotá dos nuevas expediciones: la de Sebastián de Belalcázar, procedente de Perú, y la del alemán Nicolás Federmann, que había partido de Venezuela. Los tres capitanes estuvieron a punto de entablar una guerra, pero al fin determinaron regresar juntos a España para que el monarca decidiese a quién correspondía la gobernación de Nueva Granada. A pesar de que todo el mérito correspondía a Quesada y de que él era el único que había actuado legítimamente por orden de un superior (tanto Belalcázar como Federmann lo habían hecho por cuenta propia), el Consejo de Indias resolvió no otorgar a ninguno de los tres el ansiado título de gobernador.
Hasta mayo de 1547, ocho años después de su regreso, no se recompensó a Quesada con el nombramiento honorífico de Mariscal del reino de Nueva Granada, aunque jamás conseguiría un mando con jurisdicción sobre las tierras que había conquistado. Jiménez de Quesada regresó nuevamente a Santa Fe de Bogotá en 1550 y emprendió una expedición por la región de los Llanos orientales en busca de los tesoros de El Dorado que sería un fracaso: las riberas del impetuoso Orinoco fueron superiores a sus ya menguadas fuerzas. Viejo, enfermo y arruinado, se retiró en Suesca.
Los últimos años de su vida los dedicó a escribir una serie de obras de las cuales se ha perdido la mayor parte. No se conserva ni su Relación de la conquista del Nuevo Reino de Granada, ni el libro titulado Ratos de Suesca ni el llamado Compendio historial de las conquistas del Nuevo Reino, donde al parecer abordaba una historia completa de los primeros años de colonización. Sí que ha llegado hasta nosotros suAntijovio, texto en el que narra los acontecimientos principales ocurridos en Europa en la primera mitad del siglo que le tocó vivir. La obra trata de demostrar la falsedad de las aseveraciones y relatos antiespañoles del cronista italiano Paolo Giovio, historiador de fortuna que gozó de cierto improcedente predicamento en la época.
La última hazaña de Gonzalo Jiménez de Quesada fue resistir durante cuatro largos años a un enemigo invencible: la lepra. Fue esta terrible enfermedad la que acabó con su vida en 1579, días después de que dictase testamento y pusiera en orden los numerosos papeles que habían brotado de su pluma. Sus hombres le rindieron honores de adelantado, pues consideraban que él, y sólo él, había descubierto y conquistado las tierras de Nueva Granada.

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